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FOLLET, FURST, FITZGERALD & FUCK

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Con este título no me estoy refiriendo a una de esas firmas de abogados radicadas en Nueva York que salen en los libros de John Grisham. No, les estoy resumiendo los autores que he leído en esta última semana y… algo más.

FOLLET/FURST

Andaba yo aburrida y tristona. Necesitaba yo diversión pura y dura. Pues puedo afirmar que me lo he pasado pipa con los dos primeros libros de la trilogía “The Century”, de Ken Follet (La caída de los gigantesy El invierno del mundo, Plaza & Janés, 2010, 2012) y que he disfrutado como una enana con las novelas de Alan Furst, Espías de los Balcanes y El oficial polaco (Booket, Planeta, 2012, 2009). Para desengrasar, -entre Follet y Furst- me he leído Suave es la noche de Francis Scott Fitzgerald (Alfaguara, 2011).

Ken Follet no necesita presentación, pero puede que alguno de ustedes no sepa quién es  Alan Furst. Este señor norteamericano ha escrito 16 libros, pero los primeros 4 pasaron desapercibidos. En 1988 comenzó –con Night Soldiers- una serie de 12 novelas (la última, Mission to Paris se acaba de publicar) ambientadas en la Europa de los años de la segunda guerra mundial. Furst ha encontrado y perfeccionado  el método para escribir novela histórica con espías;  militares en guerra; hechos y personajes reales; sexo y mucha emoción. La acción es el motor de las obras de Furst. Muy recomendable.

De Milja es el personaje central de El oficial polaco. El servicio secreto polaco le ha encargado sacar del país 11,4 millones de dólares en lingotes de oro antes de que caigan en manos de los nazis, que acaban de invadir Polonia. Furst se basa en una historia real.

Pág. 33

La madre de De Milja era la condesa Ostrova, cuyos hermanos, conocidos desde siempre como “los tíos Ostrova”, habían asumido el deber de enseñarle las cosas importantes de la vida; que si perros, caballos, armas, la servidumbre, las amantes… Eran gente de otra época –ya desaparecida, decía su padre-, pero su madre los adoraba y llevaban todos una vida brutal, bien regada y feliz, nunca molestándose en considerar que quizás estaban en el siglo equivocado.

(…)

… Con los tíos riendo y bramando en la planta baja, arrojando huesos de pollo a la chimenea, lanzando manotazos al trasero de las criadas y cayendo abatidos en los sofás con las botas puestas.

(…)

Habían casado a De Milja cuando solo tenía diecinueve años. Las dos familias se conocían desde siempre, y él y Helena fueron presentados, dejados a solas  y alentados a enamorarse. Posiblemente,  ella vio la sabiduría implícita en todo ello con mucha mayor claridad que él: sencillamente echó una ojeada al bulto que había bajo su cinturón, lo besó con sus carnosos labios, lo cogió por la barbilla, y se consideró, a partir de allí, su mujer.

(…)

   Con el tiempo Helena cambió. Al principio flirteaba con él, lo rozaba accidentalmente con sus pechos y atrapaba accidentalmente su entrepierna. Entonces, algo comenzó a ocurrirle y solo quería hacer el amor a oscuras, a veces lloraba, otras se detenía a la mitad. El aprendió a sortear sus defensas, pero acabó por descubrir que ella estaba defendiéndose. Comenzó a darse cuenta que la membrana que la resguardaba del mundo era demasiado tenue, que era incapaz de tolerar la vida.

   Ella quedó en cinta, pero perdió el bebé durante la epidemia de gripe del invierno de 1925. Eso fue el final. En su fuero interno, él ya lo había adivinado, lo adivinó el mismo día que sucedió. Durante tres años, todo el mundo fingió que las cosas mejorarían, pero cuando comenzaron a producirse en la casa varios incendios menores, hubo que recurrir a los médicos para que la examinaran y éstos le prescribieron una estancia en una clínica privada cercana a Tarnapol, “por unas semanas”.

Ya, ya lo sé. Tengo claro que Furst, cuando describe a los tíos de De Milja, no profundiza en el alma humana como hace Dostoievski al retratar a los hermanos Karamazov (a los que huelen estos “tíos Ostrova”, no me digan que no). Pero ya he dicho que lo que yo quería esta semana era diversión pura y dura.

Ya sé que en Ana Karenina o en Madame Bovary se relata mucho mejor –dónde va a parar- la evolución de los sentimientos que lleva a que una mujer alegre termine cayendo en la depresión y acabe quitándose la vida. Ya, coño, ya lo sé. Pero -lo he dicho al principio- necesitaba disfrutar como lo hacía, cuando era joven, con las películas de Tarzán (o de espadachines) que “echaban” los sábados por la tarde en TVE.

¿Qué? ¿Qué dice usted?¿Que la relación entre De Milja y Helena les parece poco verosímil? No es a eso a lo que hemos venido aquí, se lo recuerdo. Esos análisis déjelos para otro tipo de libros. Yo –que ya no sé cómo decirlo- he venido a pasar un buen rato, ¡¡leñe!!

En su trilogía, Ken Follet hace pasar a 5 familias (ingleses, galeses, rusos, norteamericanos y alemanes) por los más importantes acontecimientos del siglo XX. En los libros de Follet –como en los de Furst- hay, sobre todo, acción. También hay sexo, guerra, espías, alta política y emoción. Follet se documenta de forma exhaustiva, igual que Furst. Los personajes de Follet –como los de Furst- son planos, no hay matices, tiene pocas aristas. Pero hay que entender que en los libros de Follet –como en los de Furst- lo primero es la acción. Si la esmerada y detallada construcción de un personaje perjudica el desarrollo continuo de la acción por ocupar mucho espacio, ese trabajo se elimina. Follet –como Furst- me entretiene y mucho. ¿OK?

¿Alguna vez alguien quiso saber si Tarzán se preguntaba sobre la existencia de Dios?

Pág. 132 de La caída de los gigantes, Ken Follet.

    Murió el 9 de enero de 1905 según el calendario juliano. Era domingo y en los días y los años que siguieron pasó a ser conocido como el Domingo Rojo o Sangriento.

    Grigori tenía dieciséis años y Lev, once. Al igual que su madre, los chicos trabajaban en la fábrica Putilov. Grigori era aprendiz de fundidor y Lev, mozo de limpieza. Ese mes de enero los tres estaban de huelga, junto con más de cien mil operarios de San Petersburgo, para reivindicar la jornada laboral de ocho horas y el derecho a organizarse en sindicatos. La mañana del día 9 se pusieron sus mejores ropas y salieron a la calle, cogidos de la mano y caminando por el manto de nieve recién caída, hasta una iglesia cerca de la fábrica Putilov. Después de misa se sumaron a los millares de trabajadores que, procedentes de todos los rincones de la ciudad, desfilaban en dirección al Palacio de Invierno.

-          ¿Por qué tenemos que caminar? – se quejaba el pequeño Lev, que habría preferido jugar al futbol en cualquier callejón.

-          Por la memoria de tu padre –contestó su madre-, porque los príncipes y las princesas son unos monstruos asesinos.  Porque tenemos que derrocar al zar y a todos los de su clase. Porque no descansaré hasta que Rusia sea una república.

Follet escribe sobre la matanza de obreros que a manos de la guardia imperial del zar Nicolás II se produjo en 1905. Este episodio se resuelve en cuatro hojas en la novela. Tengo claro que si quisiera conocer más sobre el asunto debería leer libros de historia como, por ejemplo,  A People’s Tragedy: The Russian Revolution: 1891-1924 de Orlando Figes, pero –¡¡no se enteran, o qué!!- yo quería acción y no un texto académico.

¿Cómo? ¿No les parece creíble que una mujer humilde como la madre de Grigori y Lev  tenga claro –y así lo manifieste a sus hijos de 16 y 11 años- que lo que quiere es una república? Me da igual. Repito: QUERÍA PASAR UN BUEN RATO.

FITZGERALD

Igual que en los cócteles me gusta mezclar lo dulce con lo amargo, en el programa de lecturas de esta semana pasada incluí unas gotas de alta literatura. En los libros de Follet y Furst no encontrarán nada como esto:

 Pág. 418 de Suave es la noche, Francis Scott Fitzgerald (Alfaguara , 2011) Trad. de Rafael Ruiz de la Cuesta.

   Pero al ir a la playa con Dick a la mañana siguiente, le había vuelto el temor de que él estuviera tratando de buscar una solución desesperada. Desde la noche en el yate de Golding intuía lo que estaba pasando. Tan delicado era el equilibrio que mantenía entre un viejo punto de apoyo que siempre le había procurado seguridad y la inminencia de un salto que, una vez dado, tendría que cambiarla hasta en la última molécula de su carne y de su sangre, que no se atrevía a llevar el asunto al terreno de lo consciente. Tenía una visión de Dick y de ella misma imprecisa, cambiante, como dos figuras espectrales atrapadas en una especie de danza macabra. Desde hacía meses, cada palabra parecía tener otro significado distinto del más evidente, que solo se aclararía cuando Dick así lo determinase. Aunque ese estado de ánimo era tal vez más esperanzador (los largo años de mero existir habían tenido un efecto vivificador sobre aquellas partes de su naturaleza que la temprana enfermedad había destruido y a las que Dick no había conseguido llegar, no por culpa suya, sino simplemente porque no hay naturaleza que se pueda extender totalmente en el interior de otra), no dejaba de ser inquietante. El aspecto menos afortunado de sus relaciones era la indiferencia cada vez mayor de Dick, que de momento se manifestaba en lo mucho que bebía. Nicole no sabía si iba a ser aplastada o no le iba a pasar nada; la voz de Dick, vibrante de insinceridad la confundía. Le resultaba imposible imaginar cómo se iba a comportar de un día a otro: era como una alfombra que se fuera desenrollando lenta y tortuosamente. Y tampoco se podía imaginar lo que ocurriría al final, en el momento del salto.

FUCK

Lo que me jode.

Las únicas diferencias entre Follet y Furst son: 1º.-que en los libros del primero, los párrafos más largos son de nueve líneas y en los del segundo, de quince. 2º.- que Follet incluye mucho más diálogo que Furst. Y 3º.- que los libros de Furst son de 300 páginas y los de Follet de 600. Ah, bueno, y que Follet ha vendido 100 millones de libros y Furst no. Y que Follet tiene un avión privado y Furst no.

Una amiga me decía este verano que a la hora de elegir el “tocho” que se iba a “cepillar” en la playa, miraba –hojeando el volumen- el tamaño de los párrafos y la proliferación de diálogos. Cuanto más largos fueran los párrafos y menos diálogos encontrara, menos posibilidades tenía el libro de ser adquirido por mi amiga. Esto vale para mi amiga (allá ella), pero no para los críticos literarios.

Si tanto Furst como Follet escriben de la misma forma; si tienen en sus novelas los mismos objetivos (principalmente la acción y el entretenimiento) y a ellos subordinan su técnica, ¿por qué coño la crítica los trata de forma tan diferente?

Un elegante thriller literario, con ecos de Graham Greene y Le Carré, y la atmósfera de Casablanca, con París como gran escenario. Historias independientes con personajes complejos que se enfrentan al fascismo y al nazismo. (…)Así es el estilo de Alan Furst (Nueva York, 1945), escueto, ágil, indirecto, elegante. La atmósfera está maravillosamente construida con breves pero precisas pinceladas.

Jacinto Antón sobre Alan Furst (El Pais, 10 de marzo de 2007) (aquí).

 Furst cultiva la atracción de los mundos perdidos en otro tiempo y otra galaxia, en la legendaria y cinematográfica Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. (…) El combate se extiende azarosamente de la Inglaterra bombardeada a los bosques de Ucrania, con eje en un París de colaboracionistas y fugitivos, como salido de la imaginación de Patrick Modiano y la realidad de Joseph Roth, y dibujado por un Hergé menos humorístico y más heroico-erótico de lo habitual.

Justo Navarro sobre Alan Furst (El Pais, 10 de agosto de 2007) (aquí).

 El corresponsal [novela de Furst] revela un conocimiento minucioso de los hechos históricos. Los escenarios no son un decorado, sino el marco natural de una acción que discurre con fluidez. Furst conoce su oficio. La trama es consistente, los personajes son seres humanos y no estereotipos. La novela revindica el espíritu inconformista e independiente del periodismo, que no se limita a informar, sino que se esfuerza en crear opinión. Furst está lejos de Graham Greene y del mejor John Le Carré, que convirtieron la novela de espías en un laboratorio sobre la especie humana, pero ha escrito una buena novela, bien planteada y resuelta.

Rafael Narbona sobre Furst en EL CULTURAL, 14 de diciembre de 2006. (aquí)

A Follet ya sabemos todos como lo ponen a parir día sí, día también. Pero les invito a leer la última reseña, la de Nadal Suau en EL CULTURAL (aquí). (Lo que me ha defraudado este chico, Nadal Suau).

Dice Nadal Suau:

Por desgracia, El invierno del mundo se venderá bien por pura rutina, porque no es más que un libro rutinario. (…)

 … esta aproximación desafortunada al núcleo del siglo XX ni siquiera está en condiciones de ser el best-seller-que-hay-que-conocer de la temporada.

¿Quieren saber cuál es la respuesta a la pregunta que yo planteaba antes de estos extractos de reseñas? ¿Quieren enterarse de por qué se les trata a los dos escritores de forma tan desigual? Muy sencillo; porque Follet vende muchísimo y Furst no. Solo eso. Esa es la crítica que tenemos hoy en España.

Nota: Las novelas de Ken Follet están traducidas por ANUVELA. Las de Alan Furst por Jaime Collyer (El oficial polaco) y Vicente Villacampa (Espías de los Balcanes)



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